Evolución y meditación

La evolución es un proceso de adaptación permanente. Aquello que favorece a la adaptación se preserva, aquello que no, es eliminado. Los humanos hemos evolucionado a lo largo de millones de años, y con nosotros llevamos las herramientas que han servido a nuestros ancestros a sobrevivir y prosperar en una multiplicidad de ambientes y situaciones. Hoy quiero examinar tres de las herramientas más poderosas con las que contamos, y luego evaluar cómo su uso poco consciente nos lleva a funcionar de maneras poco adaptativas.

La primera herramienta es el conjunto de experiencias que llamamos ‘emociones’. Éstas son procesos fisio-cognitivos, lo que quiere decir que cumplen una función doble: por un lado, informan al animal de una situación ambiental que requiere ser afrontada; por el otro, preparan al cuerpo para el tipo de afrontamiento que aumenta las probabilidades de adaptación exitosa. Esto último es logrado a través de la liberación de hormonas y neurotransmisores que producen respuestas en los sistemas del organismo, tales como la vasoconstriccón/vasodilatación, incremento o reducción de la frecuencia cardíaca, alteración de la percepción (reducción o ampliación de los sentidos o de la interpretación de la información), entre otros. Desde la perspectiva humana, observamos que suelen ser los mamíferos superiores los que son capaces de un rango emocional mayor, y esto se conecta con el siguiente punto que vamos a examinar.

La segunda herramienta es la organización social. Todos los animales socializan en alguna escala con miembros de su especie, y es aquí donde los patrones, rituales y sistemas de comunicación entran en juego. Mientras mayor es el nivel de socialización de una especie, mayor es la complejidad de su sistema social. Esto requiere el desarrollo y aprendizaje de habilidades de adaptación al contexto social, que viene a formar no sólo una variable adicional a la que debe responder el animal, sino que termina por ser una capa mediadora entre la experiencia del organismo y el medio ambiente. Esto último quiere decir que experimentar emociones y comunicarlas a los miembros del grupo social se vuelve más relevante conforme el individuo depende más del mismo para adaptarse y sobrevivir. Es evidente que los beneficios la pertenencia al grupo social son mayores que los costos, porque podemos observar que los primates superiores y muchos otros mamíferos existen y se desarrollan sólamente en el contexto de grupos, clanes y tribus.

La tercera herramienta es, hasta donde sabemos, exclusivamente humana en su alcance y complejidad. Si bien tenemos evidencia de la presencia de capacidad de simbolización y abstracción en otros animales, no hemos encontrado en otras especies una integración de las capacidades cognitivas requeridas para el desarrollo del lenguaje y representación mental al nivel con el que contamos los humanos. El poder representar ideas de manera simbólica, abstraer y asociar a alto nivel nos permite crear escenarios mentales que podemos comunicar y explorar en comunidad, creando una capa mediadora adicional entre el individuo y la realidad física a la que se debe adaptar. De éste conjunto de facultades cognitivas surgen el lenguaje y los modelos de realidad en base a los cuales se crea la cultura. Contemplemos, en el contexto de los albores de la predominancia del homo sapiens, la ventaja adaptativa de poder imaginar escenarios colectivamente y poder correr simulaciones de cacería. ‘Si en lugar de hacer x hacemos y, ¿Qué pasaría?’ En una tarde de conversación se podrían crear estrategias que requerirían decenas situaciones de ensayo y error si nuestros ancestros no pudiesen imaginarlas. El homo sapiens no es el más fuerte ni el más resiliente de los homínidos, pero si es el que tiene estructuras sociales más complejas y una mayor capacidad simbólica y lingüística. Operar a nivel simbólico, entonces, nos otorga una clara ventaja evolutiva.

Ahora bien: ¿qué ocurre si usamos una herramienta para fines distintos a los que es adecuada? Empezaremos a sufrir ineficiencias y distorsiones de resultado que variarán de severidad según qué tanto se aleje la función de la herramienta de la tarea que tenemos a mano. Usar un martillo para cortar madera puede ser viable, pero producirá trozos irregulares y astillados después de mucho esfuerzo. De la misma manera, el uso del pensamiento y las capacidades cognitivas que hemos discutido arriba para tareas que requieren otro tipo de herramientas genera problemas de adaptación. Al evaluar como realidad concreta a ideas, conceptos o escenarios, tales como ‘presente’, ‘pasado’, ‘yo’, ‘bien’ y ‘mal’, nos relacionamos con ellos como si estuviésemos experimentándolos realmente. Si simulo (imagino) una situación que representa una amenaza para mi, y le otorgo sentido de realidad, mi experiencia emocional será correspondiente a la de una amenaza real.

Líneas arriba hablamos de las capas mediadoras que existen entre organismos y el medio ambiente/realidad concreta. Los seres humanos tenemos la capa social y la potencialmente infinita capa de modelos de la realidad que adquirimos y construimos a lo largo de nuestro paso por el mundo. Una porción de esos modelos los heredamos a través de la cultura. Otra gran parte corresponde a construcciones, asociaciones y escenarios que nuestra experiencia nos lleva a asumir como válidos, necesarios o deseables. Aquellas construcciones (me gusta usar el concepto de ‘simulaciones’) que consideramos importantes ocupan nuestro espacio mental consistentemente. Un ejemplo es el conjunto de ideas de nosotros mismos y de nuestra relación con los demás que solemos llamar ‘autoconcepto’. Otro ejemplo es la dicotomía arbitraria de ‘bueno/malo’. Como programas de computadora, éstos y muchos conjuntos medianamente articulados de ideas y escenarios corren automáticamente, consumiendo recursos y generando experiencias emocionales agradables o desagradables según si los criterios de activación que les hemos asignado se cumplan o no. Por último, ¿qué ejemplo puede ser más ilustrativo que nuestra tendencia a vivir en lo que ocurrió en el pasado o en lo que deseamos o tememos del futuro?

La idea que es importante habitar el presente es un axioma popular. La realidad concreta es inmensamente compleja y probablemente sea imposible abarcarla en su totalidad, pero el espectro de nuestra experiencia se reduce de manera directamente proporcional a la intensidad de nuestra distracción. Si habitamos simulaciones que nos generan estados emocionales preponderantemente negativos, nuestra salud mental se verá afectada en esa dirección. Si por otro lado, habitamos simulaciones placenteras que ignoran la realidad concreta, nuestra capacidad de adaptación se verá mermada y el despertar del sueño de opio será costoso y muy probablemente genere un deterioro comparable a la situación anterior. Se hace indispensable, entonces, que recuperemos la capacidad de utilizar nuestras herramientas en justa medida a su potencial adaptativo, no más ni menos. La manera en que podemos trabajar esa habilidad es a través del desarrollo de la serenidad y la introspección, que son los objetivos de la meditación. La serenidad proporciona pausa y silencio interior, pues detenemos el flujo de pensamientos arbitrarios. En base a esta pausa, podemos empezar a evaluar los modelos mentales y las simulaciones en base a los beneficios o malestar que nos causan, y elegir modificar, purgar o mantenerlos según sus méritos. Esto último es el proceso de introspección. El uso combinado de estas herramientas a lo largo del tiempo nos permite recuperar la experiencia consciente del momento presente, eliminando las emociones derivadas de habitar simulaciones innecesarias y pudiendo afrontar adaptativamente aquellas que emergen del contacto con la realidad concreta y de los vínculos sociales. Meditar ayuda a eliminar el sufrimiento que surge de la ignorancia de la realidad, una ignorancia que hemos generado por no haber desarrollado hábitos de gestión de nuestras más poderosas herramientas de adaptación. Es crucial entonces que aprendamos, como individuos y como sociedad, a recuperar nuestro contacto con la realidad y nuesta capacidad adaptativa a través de la práctica meditativa.

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